Manejando en Mérida Yucatán

Manejando en Mérida

Conforme los días pasan, sigo descubriendo que adaptarse a Mérida es todo un arte, y como cualquier artista en sus primeros pasos, hay errores que se convierten en anécdotas memorables. La más reciente, y quizás la más instructiva para mi registro como automovilista, ocurrió en una de esas glorietas que, en esta ciudad, parecen tener vida propia y sus propias reglas de convivencia.

Venía manejando tranquila, confiada en mis reflejos de conductora experta adquiridos en mi ciudad natal, donde las glorietas no son un misterio y el orden se mantiene con la simple regla del «uno por uno». ¡Ah, la ingenuidad!

Al llegar a la glorieta, observé la fila de autos que, al igual que yo, esperaban su turno. «Fácil», pensé, «pasa uno, pasa otro, sin estrés». Sin embargo, lo que sucedió a continuación fue un choque de culturas, figurativa y literalmente…

Me acerqué con mi mejor sonrisa y un gesto amable, lista para integrarme a la coreografía vehicular, cuando un coche se lanzó a la glorieta sin la más mínima intención de detenerse. “¡Qué falta de civismo!” pensé, mientras avanzaba decidida a enseñar modales a base de ejemplos prácticos. Un segundo coche hizo lo mismo, y tampoco me dejó pasar; fue en ese preciso momento cuando ambos nos encontramos en el mismo punto de la glorieta, con un estruendo que hizo saltar a más de uno de su asiento. No fue un choque grave, pero suficiente para darme cuenta de mi error.

Resulta que, en Mérida, la glorieta es la reina indiscutible del tránsito. Aquí no existe el “uno por uno”, quien circula en la glorieta tiene siempre la preferencia. Una ley que debería enseñarse con pancartas luminosas para los despistados como yo. El conductor del otro coche, un yucateco con más paciencia de la que merecía, me explicó con una voz condescendiente lo que acababa de descubrir de manera tan contundente. — Aquí, quien está en la glorieta siempre tiene la preferencia, huachita — me dijo, intentando no reírse demasiado de mi evidente desconcierto.

De vuelta en casa, revisé el reglamento de tránsito local, confirmando lo que mi experiencia ya me había enseñado a la mala. Reflexioné sobre cómo algo tan simple como una regla de tránsito puede revelar tanto sobre las diferencias culturales y las expectativas que traemos con nosotros. En mi ciudad de origen, la regla del “uno por uno” promueve una especie de democracia vial, mientras que aquí, la glorieta simboliza un respeto casi reverencial por el orden establecido y, quizás, una muestra de cómo se estructura la convivencia en Mérida.

Cada día que paso aquí, me doy cuenta de que estas diferencias, aunque a veces chocantes, son oportunidades para aprender y adaptarme. Me pregunto cuántos otros foráneos habrán tenido choques, metafóricos o literales, con estas normas locales. Y así, con una mezcla de curiosidad y un poco de temor, me preparo para mi siguiente aventura: tramitar mi licencia de manejo. Porque, como he aprendido, no basta con tener una licencia de otra ciudad para entender y respetar las reglas de este nuevo hogar.

La moraleja de la historia: es esencial conocer el reglamento de tránsito de cada ciudad en la que vivas. No demos por hecho que nuestras costumbres viales aplican en todas partes. ¿Quién sabe qué otros misterios y aprendizajes me esperan en este camino? Nos leemos en el próximo episodio, donde «La Nueva» se adentrará en el laberinto burocrático para tratar de obtener su licencia de manejo yucateca.